Otra vez sola. Sí, pero ya acostumbrada y feliz. Feliz por
poder hacer todo lo que quiero sin que nadie me controle a su manera, sin
sentirme mal por mirar a otro, sin miedo al llegar la noche y a causa de uno o
dos cubatas de mas acabe entre los brazos de otro. Esta vez es la vez que más
orgullosa estoy de haber dicho basta. Sin lagrimas, ni malas caras, ni enfados,
y es que en realidad fue muy fácil y sencillo decirle adiós: dejar de hablarle
y todo solucionado, sin ninguna preocupación de mas. Es lo mejor que he podido
hacer nunca.
Antes de tomar la decisión y sin pensar que lo haría por el
camino fácil, reflexioné si yo estaba mejor y era más feliz con él o sin él, la
sorpresa llego cuando me di cuenta de que lo era más sin él. Cuando estábamos juntos
lo pasaba fatal, siempre discutiendo, desconfiando por tonterías, y malos
entendidos que podía haberme ahorrado perfectamente, pero lo que más me dolía
era que al enfadarnos yo era la única de los dos que llegaba a arrástrame para
volver a estar bien. Normalmente la
normalidad entre una pareja es estar en calma, sin discutir, ni enfados, pero
ese tipo de normalidad no era la nuestra. La nuestra era discutir y por eso decidí
dejarlo estar porque de aquella manera no era feliz. A pesar de que según él me
quería y me sigue queriendo, no lo demostraba y si quería demostrarlo no se
expresaba bien. Tantas palabras escritas en textos para él y ni siquiera se dignaba
a contestarlos. ¿Qué tipo de amor era ese?
No hay comentarios:
Publicar un comentario